23 de marzo de 2008

Terapia


Ahora hablemos de él, si no te importa

Bien, yo era una niñata de veinte años contados y él… bueno él era bastante más mayor.

Nada más conocernos, pese a ser en el contexto menos indicado, ambos nos dimos cuenta de la situación: yo tenía mucho que aprender y él estaba demasiado solo. No tardamos en aferrarnos al hueco que el otro tapaba en nosotros mismos. Era pronto para saber si realmente nos necesitábamos, o mejor, si seguiríamos aguantándonos unos meses después. Pero desde ese primer momento fuimos uno.

¿Qué pasó después?

No dio tiempo a acomodarnos el uno al otro. Por horarios apenas podíamos pasar juntos un rato al día y algún que otro fin de semana que jamás desaprovechábamos para no movernos de su casa. Juntos cada momento. Pese al frío, no perdonábamos el par de horas que teníamos para vernos entre semana, sentados muy juntos en el banco de cualquier parque que no pillase demasiado lejos.

Aún estábamos en esa situación cuando ocurrió. Le dejé en ese preciso momento, no sin antes pedirle una explicación que, ni era tal, ni me satisfizo de forma alguna (después me he preguntado en infinidad de ocasiones si existía alguna cosa que el pudiera haber dicho en aquel momento para que las cosas hubiesen sido de otra manera, y fantaseo con la idea de que sí). Fue un adiós tajante del que estoy segura que él tampoco escapó indemne.

¿Volviste a saber de él?

Si, apenas mes y medio después empezamos a intercambiar algunos correos en los que unas veces buscábamos la solución a lo que pasó, mientras que en otras parecía que ambos tratábamos de esquivar la sombra constante de la causa de que todo acabase, sin conseguirlo. Ninguno era capaz de dar carpetazo a la historia, pero al mismo tiempo había quedado claro que tampoco estábamos preparados para pasar página y olvidarlo todo como si el día en que nos conocimos y el que nos dejamos de ver, no hubiesen existido. Eso fue lo más duro. Nos negamos un futuro que ambos deseábamos y que se veía asfixiado por un pasado que no podíamos olvidar.

Algunos meses después incluso volvimos a vernos, citándonos en un café. Detrás de una fingida normalidad en la que hablamos de esto y aquello, sentía en mi interior una furia que me empujaba a maldecir, a gritarle al cielo, a abrazarle. Asentía a su conversación tratando de mantener un gesto tranquilo mientras clavaba con fuerza mis uñas al asiento de espuma.

Como siempre, y volviendo a nuestro intercambio de correos, me deseó lo mejor y se alegró de saber que las cosas empezaban a irme prometedoramente bien, como le conté aquella tarde con un entusiasmo bastante más moderado que el suyo. Razón no me faltaba, como comprobaría algunos años después.

Tras devolvernos algunos mensajes más en los que la dependencia mutua se extremaba, a la par que las referencias al estúpido y nefasto episodio que nos puso en esa situación, confieso que al fin pude respirar tranquila cuando recibí un último mensaje en el que se había hecho con la determinación suficiente para acabar con todo, como yo nunca habría sido capaz.

Se despedía en un mensaje amargo y sin ataques, como nunca los hubieron por parte de ninguno de los dos, lo cuál seguro fue una de las razones que hizo que todo fuese siempre tan difícil. En él explicaba que su distinta situación no le hacía el menos vulnerable en ninguno de los sentidos y, en definitiva, me decía adiós. Esa fue la última vez que supe de él.

¿Aún le recuerdas?

Cada día. Sobre todo a partir de unos meses después de que todo acabase, cuando el pensar con distancia me enseñó que nada iba a cambiar o a volverse más sencillo, pasase el tiempo que pasase.

No le olvidé, no le dejé de echar de menos (si es que acaso tuve tiempo de sentirle a mi lado) y, con la certeza del que no necesita ver nada más para saber; niego en rotundo que exista alguien capaz hacerme sentir cómo me sentí con él aquellos días.

Dicen que un clavo saca a otro clavo, pero ya pasé por eso y lo único que conseguí fue una larga lista de nombres que no me costó olvidar, y de entre los que saco, una y otra vez, las letras del suyo. Iván.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Entonces seguro que fui yo jijijiji

Marinero en Marte dijo...

buena alberto! me ha gustado el texto.... me lo he leido entero y to!

saludotes amigo!

alakazaam! dijo...

Gracias payo, a ver si quedamos una tardecilla esta semana que ando atacao con tanta faena

Rodolfo Serrano dijo...

Una buena ¿historia? Pero, en cualquier caso, contada estupendamente.

strange dijo...

mmmmmmmmmmmm......no voy a decir nada sobre el texto.
a ver si es verdad que quedamos esta semana, yo saldré el martes con jaime seguramente, vente si quieres o algo, no?

Maika dijo...

Simplemente...¡¡¡ough!!!. Eso ha dolido...
Buen ejemplo de como nos gusta a muchos complicarnos la vida, cuando diciendo o haciendo lo que realmente pensamos, todo iría mejor.
Es mi humilde opinión.
Me ha encantado. Venia por aquí a reírme...pero a veces es bueno no reír pero disfrutar con una lectura.:)
Me ha tocado de lleno, lo siento.
¿Vigilas mis terapias?.:P
¡¡Besucos

alakazaam! dijo...

Muy amable y gracias por pasarte!

Maika dijo...

Me has dejado con la duda: ¿qué tipo de prácticas eran las que se hacían en tu farmacia?.Ja,ja,ja.
Gracias por la visita.
¡¡Besucos!!

Bambu dijo...

Es una historia autobiografica? :-p

strange dijo...

a todo esto, por qué desde hace una semana me salta publicidad cada vez que entro al panchitos???
tienes algo que ver con ello o te lo han colado?

alakazaam! dijo...

Coño yo estoy igual, ¡no tengo ni idea!
Que no queremos bajarnos el supermario, ¡leñe!

Si alguien tiene idea de como quitarlo que de un silbidito y nos lo cargamos ; )