Cunilingus

Con un suspiro, me saca la lengua de la boca y se baja para abajo con un sentimiento total de deber y pura obligación.
Se lanza de cabeza a la piscina olímpica trayéndome la imagen de un gran elefante africano entrando en una cacharrería.
Dientes. Frío, frío. Más dientes. Ni el etólogo más experto sería capaz de determinar cuál de los dos leones está disfrutando menos. Ya es suficiente, “pordiós“. Le agarro del pelo trayéndole hacia arriba y me encuentro con sus ojos vidriosos que me dan las gracias de par en par.

Me la clava sin contemplaciones haciéndome bastante daño. “Aguanta la sensación Marina, esto es lo último que vas a notar durante un buen rato”. Me folla como a un saco de patatas recordándome a aquel juego del trote y el galope que mamá nos hacía de pequeños.
“Mírate, seguir pasando por estas cosas a los treinta y cinco”. Y mientras le pido a la virgen que al menos termine rápido, descubro una nueva grieta en el techo.