Una vez subida la cuesta dejo el carro y me giro hacia la placa que indica el nombre de la calle.
Sólo me descuido un momento, pero es más que suficiente para empezar a rodar calle abajo, cada vez más aprisa.
Mientras, arriba, sólo queda el gran carro amarillo, único testigo que ve con tristeza como bajo más y más; cada vez más lejos. Cada vez más abajo.
Tenía preparada esta entrada para poner una foto de la escena con mi carrito del alma, pero ya no va a ser posible. De todas formas el textillo cobra más valor, y vista desde esta perspectiva casi parece que otra vez me he vuelto a adelantar a los acontecimientos -esta vez no queda constancia por haberlo publicao a tiempo, lo reconozco-. Sin al final voy a tener que poner un 906... eso sí, cuando me recupere.
14 de agosto de 2007
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8 comentarios:
Bufff, lo peor ahora es que tendras que levantarte y volver a subir calle.arriba para recuperar el carro, ten cuidado no te tuerzas el tobillo al caer.
cabrón ¬ ¬
pero lo logrará...
Bien, es la primera vez que vengo por acá, así que no se si lo de tu caída es una caída metafórica o real.
Sea como sea, debió haber dolido.
Te apapacho, entonces.
Dos palabras...
Simplemente bárbaro (en el buen sentido del último vocablo)
Abrazo fuerte, desde Buenos Aires, Argentina...
Gastón Martorelli
PD: pasa por mi blog
cuarto-menguante.blogspot.com
No hay como rodar cuesta abajo de vez en cuando para empezar a replantearse aspectos de la vida de uno...
Pena que no haya foto :-p
Una caida no viene sola, arcangel. Además da igual romperse los piños que el alma: uno entra en un periodo de convalecencia cuya duración nadie es capaz de determinar.
Tenés verdad.
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